En el abigarrado medio del crecimiento espiritual de nuestros tiempos, existe un nuevo fenómeno que se ha convirtiendo en tendencia: el contrabando de técnicas espirituales.
He estado observando esta tendencia desde el comienzo de los primeros años (a principios de los 80) cuando formé por primera vez los grupos de desarrollo personal y espiritual, en un campo nuevo, donde se integran la antropología, la psicología, la espiritualidad y la poesía, con esa área indefinida a la que a veces llamamos “magia”. Inicialmente decidí llamar a este nueva forma de crecimiento personal «La Otra Brujería» y posteriormente (a mediados de los 80) decidí cambiarle el nombre a «El Arte de Vivir a Propósito».
Después de todo es estos años de dar conferencias, escribir libros e impartir talleres en muchos países del mundo, puedo entender como algo natural, el impulso espontáneo de querer compartir con otros las experiencias que han tocado nuestra alma y que han resultado valiosas y de gran alcance para nuestra transformación y crecimiento . Tiene sentido; el que recibe, debe compartir con otros, no tanto lo que ha aprendido, sino aquello en lo que se ha convertido a través del trabajo de crecimiento que ha hecho. Esto es necesario para verdaderamente integrar ese nuevo conocimiento en el paisaje de la propia vida.
Por ello querer compartir lo que hemos vivido en nuestro propio aprendizaje es una reacción natural e incluso una necesidad del corazón. Esto es consistente con la condición esencial de la energía, cuya naturaleza es fluir. La energía necesita seguir fluyendo. Siempre.
Sin embargo, a menudo esto se usa como pretexto para justificar otra necesidad -impulsada por un ego dominado por la importancia personal- de querer sacar provecho en el menor tiempo posible, a través de intentar copiar sin permiso, lo que otros han creado a través de largos años de trabajo, servicio e incluso sacrificio.
Este es el caso de quienes uno o dos breves visitas a las comunidades indígenas, volver a su mundo de la ciudad, supuestamente transformados en chamanes, videntes, maestros o incluso sacerdotes prácticas que ni siquiera comprendieron y que en realidad pertenece a otra cultura.
También es el caso de aquellos que después de participar en uno o dos talleres, proceder a -sin notificar ni pedir permiso al creador de la metodología- presentar imitaciones baratas de lo que experimentaron una o dos veces, como participantes, como si el programa fuera su propia creación. Con frecuencia, estos contrabandistas de técnicas, se inventan maestros espirituales que supuestamente les enseñaron lo que en realidad robaron después de participar en este tipo de entrenamientos.
Bueno… lamentablemente esto sucede con mucha frecuencia y por supuesto que se da en muchas formas y niveles, desde casos relativamente “inocentes” hasta casos de cinismo y descaro propios de delincuentes disfrazados de líderes espirituales. En este contexto cabria preguntarnos ¿cuál es la línea que separa un noble deseo de compartir algo bueno que se ha vivido y la cruda apropiación de la investigación y trabajo creativo de otros con la intención burda de obtener fama y fortuna? La verdad es que esa línea es a veces borrosa e incluso de mueve, por lo que a veces es muy difícil determinar quién es tan totalmente limpio y honesto como para sentirse con derecho a tirar la primera piedra.
Como punto de referencia, uno de los signos más característicos de la falsificación es la falta de reconocimiento al creador original. Aquellos que aprenden algo valioso y de buena fe quieren compartir esa experiencia con otros, además de pedir permiso y llegar a acuerdos con el creador original y no tienen problema con en reconocerle públicamente, ya que mantienen un fuerte sentido de gratitud hacia aquellos de quienes aprendieron. Aquellos que son auténticos, tienen la gratitud y el reconocimiento –por así decirlo- a flor de piel, porque en sus corazones, llevan el amor a la conexión sagrada que los puso en un camino, o que contribuyó al camino venían construyendo de tiempo atrás.
Los farsantes por el contrario, hacen todo lo posible para ocultar las fuentes y los nombres de aquellos de los que robaron lo que están tratando de predicar. Si alguien les pregunta directamente sobre el origen de sus “enseñanzas” típicamente dirán que han aprendido de numerosos maestros «de todo el mundo» o que han recibido sus conocimientos de un maestro espiritual -convenientemente muerto para entonces- que los eligió como los herederos únicos de su conocimiento sagrado. Los farsantes a menudo tienen una compulsión por títulos que ellos mismos se otorgan y que en su pobreza intelectual, creen que dan la impresión de gran importancia. Se hacen llamar chamanes, sacerdotes, iniciados y hasta marakames, para beneficiarse no sólo en dinero sino en la admiración de sus audiencias poco exigentes que su ego arrogante anhela como la sustancia que les ayuda a creer, por un momento, que lo que están tratando de representar es real.
Personalmente, creo que nunca podrán tener éxito en engañarse totalmente a sí mismos, porque en lo más profundo … en algún rincón de su alma, al que siempre tratan de no llegar, ellos saben lo que hicieron y se condenan a sí mismos a jamás poder decir toda la verdad de lo que hacen. De esta manera se condenan también al aislamiento de su verdadero yo.
Sí, podrán ganar dinero porque hay demasiadas personas que quieren creer ciegamente en personas que se representan a sí mismos como personajes mágicos salidos de las páginas de un libro fantástico, en lugar de hacer el esfuerzo de realizar una búsqueda espiritual más exigente. Sin embargo lo que es falso no resiste la exposición a la luz y por lo tanto, algo de oscuridad siempre habrá de perseguirles.
Por: Víctor Sánchez