TAYAU
(1970 – 2022)
Está página es un humilde tributo a la memoria de un ser humano inolvidable, que tocó con su luz la vida de muchas personas tanto de su comunidad, como de muchas otras partes del mundo. Todos aquellos que tuvimos la enorme fortuna de conocerlo, aprender de él y ser sus amigos, lo guardamos en el corazón, donde seguirá viviendo hasta el último de nuestros días.
TRIBUTO
Alfredo González Ponciano “Tayau”, fue un indígena Wixarika nacido en Santa Catarina Cuexcomatitlán, Estado de Jalisco, México, el 18 de agosto de 1970.
Alfredo nació en una cuna muy humilde y perdió a su padre a muy temprana edad. Siendo todavía un niño, tuvo que salir de su comunidad para ganarse la vida como trabajador agrícola en distintas regiones de la República Mexicana.
Después de diez años de “conocer el mundo” en los que además aprendió a hablar español, sintió que le faltaban sus raíces y regresó a la comunidad con la intención de encontrar en la tradición espiritual de su pueblo, el alivio a la profunda soledad y sufrimientos que encontró entre los Tewaris (palabra Wixarika para designar a las personas no-indígenas).
De regreso en su comunidad en Tuapurie (Santa Catarina), Alfredo floreció. En muchas ocasiones me platicó que desde que conoció a sus Deidades (los poderíos de la naturaleza) a través la tradición de su comunidad, “ya nunca más se sintió solo”.
Alfredo era una persona sumamente inteligente, de trato encantador y un gran sentido del humor que rápidamente se ganaba el cariño de quienes acababan de conocerlo. También tenía un gran corazón. Su espíritu generoso hacía que se entregara a cualquier persona con la que entrara en contacto, tenía el don de la conversación, con la que lo mismo compartía asombrosas historias y anécdotas de lo que había vivido, que repartía la sabiduría natural que fue reuniendo a lo largo del camino. Alfredo era un hombre apasionado que vivía la vida con una entrega total.
Su vida terrenal duró 52 años, equivalente a un siglo para los Toltecas, Mexicas y Mayas. Esta cuenta de 4 veces 13, se llamaba xiuhnelpilli o “atado de años”, Representaba para ellos un ciclo completo, después del cual “el mundo llegaba a su fin” para renovarse y renacer. Desde un punto de vista convencional, no tuvo una vida larga, pero desde el punto de vista de las experiencias vividas y los conocimientos aprendidos, Alfredo tuvo una vida plena y abundante. Su historia es una sucesión de eventos extraordinarias en los que vivió y descubrió cosas que la mayoría de los seres humanos no llegan a conocer, aunque tengan vidas muy largas desde el punto de vista del calendario.
Con su gran curiosidad y pasión por lo que él llamaba “el conocimiento natural”, no se conformó con aprender y practicar las costumbres y tradiciones espirituales de su cultura a partir de lo que aprendió con su familia, sino que se dio a la tarea de buscar a los ancianos más sabios de su comunidad, para conocer y registrar las prácticas y conocimientos ancestrales que heredaron de sus antepasados. Entre aquellos sabios descubrió los secretos de los lugares sagrados y aprendió a comprender el lenguaje de los poderíos que en ellos habitan. Durante sus largas caminatas por la sierra y en sus continuas peregrinaciones a los lugares sagrados, aprendió a escuchar la voz del silencio, que le revelaba toda clase de secretos, que después compartía con sus compañeros y amigos y no solamente con palabras, sino principalmente a través de sus actos.
Cuando tenía 21 años, a través del canto del Marakame, fue elegido por el Abuelo Fuego para formar parte del grupo de los Jicareros del Centro Ceremonial de Santa Catarina, quienes tienen la responsabilidad de organizar y encabezar las ceremonias y festividades del calendario ritual que la comunidad realiza a lo largo del año. Entre muchas otras, ellos tienen la tarea de peregrinar anualmente a los cinco lugares sagrados en los que los Wixaritari siguen el camino que les marca su cosmogonía, para encontrarse con los Kakayares o Deidades. En esos lugares extraordinarios y en compañía de los poderíos que allí habitan, aprenden acerca de “la manera correcta de vivir” y encuentran dirección para los asuntos importantes de su vida.
Durante sus años como jicarero, Alfredo fue el guardián de la Jícara de Tayau, el Padre Sol. Ser el portador de una Jícara Sagrada significa no solamente cumplir con el papel de representar a la Deidad los rituales, sino también vivir emulando la personalidad de ésta. Como digno representante del Sol, Alfredo irradiaba luz donde quiera que se encontraba. Lo hacía a través de su calor humano; de su risa que brotaba como manantial a la menor provocación, de su capacidad extraordinaria de contar historias y de la agudeza y profundidad de sus observaciones.
Como Jicarero, Alfredo desempeño un papel muy destacado, ejerciendo desde el principio un liderazgo natural entre sus compañeros, ya fuera ayudando en la organización, apoyando a los ancianos dirigentes o siendo punto de referencia y ejemplo para quienes le rodeaban. A pesar de ser tan joven, las personas pedían su consejo y los ancianos se apoyaban en él para cumplir con sus responsabilidades, no solamente en las actividades del Centro Ceremonial, sino también en los de la gobernanza de la vida comunitaria por parte de las autoridades tradicionales.
Yo lo conocí cuando empezaba como Jicarero y tuve la gran suerte y honor de acompañarlo en sus peregrinaciones. Es extraordinario para mí recordar que cuando llegué por primera vez a Santa Catarina en 1991 a pedir permiso a las autoridades tradicionales para visitar su comunidad, fue precisamente Alfredo, quién más se opuso a que me otorgaran el permiso que solicitaba, debido en parte a las malas experiencias que habría vivido en sus andanzas entre los mestizos. Recuerdo que cuando debatían entre ellos si autorizarían mi visita, desde luego lo hacían en su lengua, por lo que yo no tenía idea de que hablaban. Con todo, a pesar de las objeciones de Alfredo, los ancianos me concedieron el permiso, acaso porque se sintieron complacidos de que en lugar de entrar a la comunidad y empezar a hablar con las personas sin pedir permiso a nadie, me dirigí directamente con las autoridades tradicionales para darles a conocer mis intenciones. Al final aceptaron que me quedará unos días entre ellos, y -como una especie de castigo a su insistencia- designaron a Alfredo para ser mi acompañante y vigilar mi comportamiento durante los días de mi visita, además de apoyarme como traductor. Solamente años después, cuando ya éramos muy unidos, supe por boca del propio Alfredo, que él no quería que me dejaran entrar, y pudimos reírnos juntos de las sorprendentes paradojas de la vida. En aquel entonces, no podíamos imaginarnos que ese encuentro marcaría el inicio de una intensa relación y una profunda amistad que duraría por más de tres décadas y hasta el último día de su vida y que aún después de su partida, sigue viva como un fuego inextinguible. Alfredo tenía ese efecto en las personas.
La vida de Alfredo transcurrió en varios planos simultáneamente: el plano espiritual era sin duda el eje esencial alrededor del cual organizaba todo lo demás. Lo que más le gustaba era visitar los lugares sagrados y pasar la noche bajo las estrellas en compañía del Abuelo Fuego. Como miembro de su comunidad, ejerció múltiples cargos como líder social y dirigente, siempre en defensa de su comunidad y de su cultura. En el aspecto familiar tuvo una vida intensa de la cual vinieron a la vida los cuatro hijos que tuvo con las tres parejas con quienes compartió las distintas etapas de su vida. Además, tuvo una relación continua de treinta años con los amigos que a través del grupo de desarrollo humano llamado El Arte de Vivir a Propósito tuvimos la gran fortuna de conocerlo y disfrutar su compañía en muchos de nuestros viajes y talleres. Fue en ese contexto en el que tuvo la oportunidad de conocer y dejar una huella profunda en la mayoría de las personas que pudo conocer, provenientes de distintos países alrededor del mundo. Como si todo eso no fuera suficiente… entre los años 2010 al 2015 se dio el tiempo de cumplir con el riguroso entrenamiento para convertirse en Marakame. Bajo la dirección del sabio y anciano Marakame Santos, logró convertirse en cantador de la voz del Abuelo Fuego, en ceremonias tradicionales de su comunidad.
Fue precisamente por su labor como representante de su comunidad y líder agrario que Alfredo enfrentó los que probablemente hayan sido los años más difíciles de su vida. Designado por su comunidad para ocupar, trabajar y proteger las tierras de Santa Catarina (Tuapurie), se vio envuelto en un viejo conflicto por la disputa de tierras entre comunidades vecinas. Debido a esto él y su familia fueron hostigados y perseguidos por quienes intentaban apoderarse de las tierras que Santa Catarina defendía. La tensión escaló hasta que finalmente fue enviado a prisión a partir de acusaciones fabricadas.
A lo largo de seis años Alfredo luchó por recuperar su libertad y por todo ese tiempo algunos de sus amigos nos dimos a la tarea de apoyarlo en las distintas necesidades de su proceso y canalizando recursos para su familia. En el aspecto jurídico, la gran dificultad para lograr su libertad tuvo que ver sobre todo con lo injusto del sistema de impartición de justicia de México, que se ensaña más con quienes menos tienen. En este caso, el aislamiento y la falta de comunicaciones de las comunidades wixarika y la misma pobreza de los testigos que conocían de primera mano acerca del caso y la inocencia de Alfredo, impidió que pudieran llegar en las fechas señaladas por el Juez de la causa para rendir su declaración.
Durante sus años en prisión Alfredo continuó con su pasión por el conocimiento. Aprovechó para cursar sus estudios de primaria, secundaria y preparatoria. Aprendió distintos oficios y mantuvo una conducta positiva que le ganó el afecto de quienes le rodeaban, por lo que pudo mantenerse al margen de los aspectos más oscuros de la vida en prisión. Con todo, de lo que no pudo escapar fue del daño a su salud provocado por la mala alimentación y las pésimas condiciones en los reclusorios en México. Cuando Alfredo fue detenido era un hombre joven y fuerte que subía montañas a gran velocidad sin perder el aliento. Pero al cabo de tres años en prisión desarrolló diabetes, entre otros problemas de salud. A pesar de la adversidad, él siempre mantuvo una actitud positiva y al final de nuestras conversaciones telefónicas semanales siempre se despedía con su frase tradicional ¡¡Ánimo!!.
Finalmente, a finales de agosto de 2022, cuando estábamos ya en los trámites de su liberación tan esperada, un accidente -que al principio parecía menor- con una aguja en el taller de elaboración de cinturones de cuero en el que trabajaba, le generó una infección que se complicó de manera acelerada. El reporte que recibimos fue que no pudo superar la infección debido a su diabetes. Todo eso sucedió en lo que pareció un abrir y cerrar de ojos, para conmoción y shock de todos quienes teníamos contacto frecuente con él.
Alfredo murió el 14 de septiembre de 2022, dejando una huella imborrable en el corazón de muchas personas de su comunidad, de México y de muchos otros países.
Procesar una pérdida tan grande no ha sido fácil. Perdimos a un amigo, a un maestro y a una persona que, a pesar de toda su fuerza y su conocimiento, no dejó por ello de ser vulnerable a las injusticias asociadas a su condición indígena. Aunque la noticia de su muerte nos golpeó como un rayo en el que sentimos dolor, frustración, tristeza y rabia, por no haber logrado nuestro sueño de verlo de nuevo en libertad… gradualmente las cosas comenzaron a aclararse.
En algún momento, durante los primeros días que siguieron a la terrible noticia, recordé algo que Alfredo me dijo refiriéndose a su cautiverio: “Cuando dejé de estar enojado por estar aquí adentro, decidí aprovechar cada día para aprender algo y reflexionar sobre mis errores. Me he dedicado a estudiar y ya estoy por terminar la preparatoria. Se me hace que vine aquí para aprender las cosas que no tuve oportunidad de estudiar mientras estaba afuera, ahora lo estoy haciendo y por eso estoy contento». Ese era su espíritu. Me consuela pensar que durante esos difíciles años Tayau no estuvo del todo solo, porque contó con el apoyo de una comunidad de amigos que le apoyaron a él y a su familia, y que jamás nos rendimos. Él me dijo muchas veces que se sentía muy agradecido de que su amigos no lo hubieran olvidado. Recuerdo claramente sus palabras: “Diles a todos que les agradezco mucho, porque sin ellos, no sé qué hubiera sido de mí”. Aunque fue perseguido por unos cuantos, Alfredo era amado por muchos y él lo sabía. Así que nuestro esfuerzo no fue en vano, porque estuvimos a su lado en los momentos más difíciles. Esto le ayudo a vivir y a sentirse conectado con el mundo y las personas que lo valoraban.
El último año fue muy especial, porque tuvimos la fortuna de contar con su apoyo como traductor de las canciones que Daniel Medina de la Rosa compuso y que grabó con el compositor Philip Glass, las cuales quedaron registradas en varios discos, y son el tema central del documental Un Lugar Llamado Música, próximo a estrenarse en el Festival Internacional de Cine de Morelia, edición 2022.
Daniel es un prestigiado músico tradicional wixarika y amigo de Alfredo desde sus tiempos como jicareros. Fue Alfredo quién lo presentó con Philip, dando lugar una serie de ensayos que culminaron en 2012, con El Concierto del Sexto Sol, en Real de Catorce, en el que el propio Alfredo participo como representante de los músicos wixarika. El documental es de alguna manera, la culminación de ese proyecto que empezó hace más de una década.
Estoy seguro de que les dará gusto saber a quienes lo conocían y apreciaban, que Alfredo fue muy feliz traduciendo las canciones de Daniel de la lengua wixarika al español. Decía que era una manera de reconectarse con sus raíces y con sus Deidades aún desde la prisión. Durante casi un año, trabajamos juntos revisando las traducciones y un equipo de la productora del documental iba a verlo todos los días con todo el equipo técnico necesario, para que él viera las las escenas y escuchara las canciones del documental, y para registrar sus traducciones. Esto fue algo que lo motivo mucho y elevó su ánimo de una manera muy notable. Este trabajo le dio un giro muy positivo a su vida a lo largo de casi un año. El resultado de su trabajo quedará plasmado en el documental y es solo un ejemplo más de lo mucho que nos dio, incluso bajo las circunstancias más difíciles.
Su vida nos ofreció lecciones invaluables que seguirán con nosotros, pero también su Muerte nos ofrece lecciones que iremos descubriendo e integrando poco a poco en nuestra alma hasta que se conviertan en vida, no solo para nosotros, sino también para otros, con quienes podremos compartir lo mucho que nos enseñó. No tanto a través de las palabras sino sobre todo a partir de nuestros hechos.
*****
Alfredo estaba junto a mí, la primera vez que vi a un ser humano hablando con el fuego durante una ceremonia durante una peregrinación a la Tierra Azul. Fue a su lado que aprendí a consultar con el Abuelo Fuego o Tatewari, descubriendo a través de esa práctica, la fuerza del poderío mayor que – cuando nos abrimos a ella- tiene un impacto extraordinario en la conciencia humana. A esa misma fuerza tuve que acudir para empezar a juntar las partes de mi ser que se vieron conmovidas por el impacto de la muerte de mi amigo.
Tatewari me ayudó a ver que la vida y la muerte de otro ser humano no nos pertenecen, ni se tratan de nosotros. Que el valor de cada historia y cada vida no se mide por lo mucho que nos haya faltado compartir con ellos, o por lo mucho que los vamos a extrañar, sino que su valor y su significado son independientes de nuestras expectativas personales. Descubrí que hay algo de egoísmo en rebelarnos contra la muerte de otro ser humano por lo mucho que nos afrenta.
Pero si vemos la vida y la muerte de un ser querido como el milagro y el misterio de una vida que empieza y termina en su momento único, por sus propias razones incomprensibles…en medio de la eternidad, entonces recordaremos que ése es el destino de todo ser viviente y que ese misterio no nos separa, sino que nos une. Es por ello por lo que no dejaremos que la tristeza de haber perdido su presencia en este plano nos distraiga de la alegría de haberlo conocido. Quizá entonces nuestra tristeza habrá de convertirse en íntimo agradecimiento por la belleza de todo lo vivido.
Tayau es el nombre del Sol
¡El Sol se ha ido!
Nos queda el Fuego para acompañar y abrazar la larga noche…
Con el amanecer, el Sol regresará
y su luz calentará nuestros corazones
una vez más.
Convertida en sonrisas y en actos luminosos,
Esa luz será la presencia de nuestro Tayau
que seguirá viviendo en el corazón de todos aquellos
que lo conocimos y le amamos.
Así será…
Víctor Sánchez
25 de septiembre de 2022.
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